martes, 22 de marzo de 2011

El terrible calvario de la mariposa de la col antes de llegar a adulta


Artículo publicado el 21 de marzo de 2011 en "Frontera Azul", suplemento de medio ambiente del "Heraldo de Aragón".
Si los últimos días del invierno son suaves, durante el mes de marzo podremos ver en nuestros campos la primera generación de mariposas de la col, libando plácidamente sobre algunas tempranas flores que anuncian la inminente llegada de la primavera. Generación tras generación, hasta un máximo de cinco por temporada, la Pieris brassicae, que así la llaman los entomólogos, revolotea por nuestros cielos hasta el mes de octubre, haciendo ostentación de los suaves colores blancos, amarillos y verdes que adornan sus alas.

Durante su ciclo vital, los lepidópteros sufren profundas transformaciones. Llamamos metamorfosis a ese milagro de la naturaleza consistente en pasar, antes de llegar al estado adulto de mariposa o imago, por las fases de huevo, oruga y pupa o crisálida.

Para la mariposa de la col dicha travesía está plagada de peligros. Transcurridos de seis a diez días, a contar desde que la hembra deposita una media de doscientos a trescientos huevos en las hojas de las coliflores, coles de Bruselas, rábanos, nabos u otras crucíferas silvestres, eclosionan unas voraces orugas que, durante el mes que permanecen en ese estado, arrasan con las huertas de los campesinos. Estos, a su vez, se defienden bombardeándolas con insecticidas.

Por si estos ataques químicos no fueran suficientes, otros enemigos les presentan batalla. Uno de ellos es el Entomophtora sphaerosperma, un hongo muy activo que, cuando los niveles de humedad son favorables, infesta a las larvas hasta acabar con su vida.

La Apanteles glomeratus es otro de sus terribles adversarios. Esta pequeña avispa inyecta en el interior de las orugas de pieris brassicae varias decenas de huevos, de las que nacen unas diminutas larvas que se alimentan de las entrañas de su víctima. Este terrible acto de canibalismo se ejecuta con milimétrica precisión, manteniendo incólumes los órganos vitales de su involuntario receptor, para preservarlo con vida.

Sepultura de seda
Una vez que las larvas de apanteles han alcanzado la madurez, rasgan la piel de la Pieris y ven la luz del día por vez primera. La pobre oruga, todavía con vida, contempla indefensa como sus indeseados huéspedes fabrican los capullos alrededor de su cuerpo. Termina muriendo enredada entre unos finos hilos de seda que serán su sepultura.
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