miércoles, 29 de agosto de 2012

Calatañazor


Son las cinco de la tarde del día 20 de agosto de 2012. Después de haber pasado unos días en Cáceres, conducimos por la Nacional 122, camino del Santuario de Misericordia, donde agotaremos los días que nos restan de vacaciones.
Atravesamos tierras de la Soria pura que cantara Machado, el menor de los hermanos poetas.
Una señal, al costado de la carretera, nos advierte de que, a nuestra izquierda, se encuentra la legendaria localidad medieval de Calatañazor.
Atraídos por el encanto de tan singular nombre y por las imprecisos recuerdos escolares de la infancia, que relacionan la toponimia del lugar con una importante batalla librada hace más de un milenio, decidimos hacer un alto en el camino internándonos por la carretera que nos indica el cartel.
Apenas hemos recorrido un kilómetro accedemos a una pequeña zona de aparcamiento en la que dejamos estacionado el vehículo.
A nuestra derecha, extramuros, se encuentra la ermita románica de la Soledad, que dócilmente besa los pies del angosto cerro que acoge la histórica villa amurallada, cuya sed sacia el río Milanos.


Una cuesta, no excesivamente larga ni agobiante, nos conduce hasta el núcleo urbano, habitado por apenas setenta vecinos y ocupado por hordas de turistas que afanosamente buscan atractivos rincones que inmortalizar con la cámara fotográfica.
Viviendas de piedra y adobe y calles recubiertas de cantos rodados coexisten inapropiadamente con tendidos de luz y teléfono escandalósamente visibles.


 
Los tejados de teja árabe acogen las tradicionales antenas o las más modernas parábolas que capturan las imágenes que harán más llevaderas las frías noches del invierno soriano a los nativos del lugar.


Algunos de ellos han montado pequeños negocios de artesanía y productos de la zona que ofrecen, sin grandes alharacas, a los visitantes. Tal es su prudencia, que no pocos de ellos se limitan a colgar un cartel, sobre la puerta cerrada de su vivienda, en el que dejan constancia de los artículos que ofrecen, y una invitación que reza: "si le interesa algún producto, llame".
La calle principal concluye en la Plaza Mayor, que acoge en su seno el edificio consistorial y los restos del antigüo castillo, que junto con sus tres iglesias, una románica y otra en estado ruinoso, configuran el patrimonio histórico arquitectónico del lugar.


Al asomarme al valle desde los restos de lo que en su día fuera la torre del homenaje de la derruida fortaleza, observo a un buitre sobrevolando los resecos campos de cereal recién segado, atravesados por los pardos caminos que marcan las lindes entre propiedades; un cielo azul cargado de altas nubes, con los rayos del sol proyectándose desde mi izquierda, completan un paisaje espectacular que me traen a la memoria los versos que Antonio Machado le compusiera a tierras sorianas:

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.

Cuéntase, aunque se cree que pertenece más al reino de la leyenda que al de la historia, que en el verano del 1002  se enfrentaron en ese valle, en sangrienta batalla, las huestes de Almanzor y una coalición de los ejércitos cristianos de los reinos de Castilla, León y Navarra, combate que concluyó con la huida del general musulmán.
Gerardo Diego describe el acontecimiento del siguiente modo:

Azor, Calatañazor,
juguete.
Tu puerta, ojiva menor,
es tan estrecha,
que no entra un moro, jinete,
y a pie no cabe una flecha.

Descabalga, Almanzor.
Huye presto.

Por la barranca brava,
ay, y cómo rodaba,
juguete,
el atambor.

Calatañazor fue declarado conjunto histórico artístico en 1962.



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