En la madrugada del 3 de agosto de 1936, dieciséis días después del inicio de la guerra civil, un trimotor Fokker FVII, de las Líneas Aéreas Postales Españolas, con base en el aeropuerto del Prat de Barcelona y readaptado para uso militar, sobrevuela cielo zaragozano.
El avión circunvala varias veces el entorno de la Basílica del Pilar antes de dejar caer cuatro bombas que no llegarán a explosionar.
La primera se estrella contra el pavimento de la plaza, a escasos diez metros de la fachada principal de la catedral.
Otras dos impactan sobre la cubierta de la Basílica. Una, sobre el mural pintado por Francisco de Goya “La Adoración del nombre de Dios”, que adorna majestuoso la bóveda del coreto; la otra, alcanza el nervio de la bóveda de descarga de la cúpula de la Santa Capilla.
La cuarta, cuyo probable objetivo fallido es el puente de Piedra, desaparece bajo las aguas del río Ebro.
Dada la relevancia que el monumento tiene en el imaginario colectivo de la sociedad española en general y aragonesa en particular, la acción enseguida es utilizada por ambos bandos con fines propagandísticos.
La España católica y conservadora atribuye a un milagro de la Virgen el hecho de que las bombas no llegasen a explotar, mientras que la España republicana y de izquierdas, que ya el día 19 de julio ha editado un cartel en el que aparece una de los torres del Pilar saltando por los aires, anuncia que la ciudad de Zaragoza ha sido sometida a un severo castigo, llegando a afirmar que la Basílica ha sido destruida.
Dos de esas bombas pueden verse en la actualidad expuestas en uno de los pilares próximos a la Santa Capilla.
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