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Estamos en la ciudad de Can Tho, la más populosa del Delta del Mekong, con una población ligeramente superior al millón de habitantes.
El Cuu Long, nombre con el que los orientales denominan al río que los occidentales llamamos Mekong, es uno de los más caudalosos del mundo. Viene a la vida en las nevadas cumbres del Himalaya y, tras atravesar China, Birmania, Laos, Tailandia y Vietnam, sus aguas acuden al encuentro de las del Mar de China, depositando en la desembocadura ingentes aluviones que conforman el Delta que estamos visitando.Nuestro destino es el mercado flotante de Cai Rang, seis kilómetros río adentro.Muy temprano, antes del amanecer, centenares de campesinos van llegando con sus sampas cargados con las frutas y verduras que han recogido en la huerta el día anterior.Los comerciantes les aguardan en sus barcazas. Sobre cubierta, colocada en vertical, una pértiga de madera de la que cuelgan diferentes productos agrícolas. Con ese sistema le informan al agricultor de que están abastecidos del género que muestran. Si el campesino lleva otro distinto se acerca y lo ofrece a un precio determinado. El regateo correspondiente y, llegado el caso, se cierra la operación. Así de sencillo. En menos de cuatro horas todo está vendido y las naves se dispersan a lo largo y ancho del río.Pero durante ese tiempo se desarrolla una actividad frenética. Mujeres lanzando al aire sus productos para que los coja el comprador; jóvenes y ancianos ordenando la mercancía sobre cubierta; hombres y mujeres que con sus sampas van de barco en barco ofreciendo sus productos; pequeños restaurantes flotantes en los que se preparan comidas que se compran y consumen mientras se está trabajando...
Ante tal espectáculo aprieto el disparador de la cámara una y otra vez; siento la necesidad vital de conseguir el mayor número posible de esas escenas cotidianas pero que para mí resultan totalmente novedosas. Lo mismo hacen los restantes compañeros del grupo. Se mueven de un costado a otro de la barca tratando de inmortalizar hasta el más mínimo detalle.Desconozco si ese sistema de vida, íntimamente maridado con las caudalosas aguas de los ríos que atraviesan el país, se cobrará muchas vidas, pero lo cierto es que las mujeres, los hombres y los niños se desenvuelven en ese entorno con la misma confianza y tranquilidad con las que nosotros paseamos por las calles de nuestras ciudades.Nada tienen que ver las excesivas precauciones que tomamos con nuestros hijos para evitarles daños indeseados con la libertad con la que niños de ocho y nueve años navegan por las procelosas aguas de los ríos Mekong o Perfume o por la Bahía de Ha-Lom tratando de venderles a los turistas un botellín de agua o una lata de cocacola.Nuestro siguiente objetivo es el mercado de Can Tho, esta vez instalado sobre tierra firme. La primera impresión resulta un tanto desagradable. Situado a la orilla del río, las salpicaduras de agua que llegan a tierra y una ligera lluvia van conformando sobre un suelo una espesa charquina que convive con los cajas de madera y cubos de plástico sobre las que los comerciantes depositan sus artículos. El olor es intenso, a pescado crudo y a carne. Al caminar vamos produciendo un ligero chapoteo con los pies.Yung nos señala a una mujer que está en cuclillas junto a un barreño de plástico en el que se amontonan unos animales despellejados que no soy capaz de identificar. Nos dice que son ratas. Nuestra aprensión se incrementa.Unos metros más adelante otra mujer vende trozos de pitón, ya despellejada, de tamaño considerable. Calculo que cada pieza puede pesar un kilo.A su lado, una señora vende pescado fresco. ¡Y tan fresco!. Los pescados se mueven en un barreño lleno de agua. La clienta elige la pieza que desea. La vendedora coge el pez, lo introduce en una bolsa de plástico y con un objeto contundente lo golpea en la cabeza hasta que deja de moverse. Después a la bascula y de allí al bolso de la compradora. Otras pescaderas se evitan ese trámite intermedio y directamente desescaman al animal mientras coletea desesperadamente.Ninguno de estos comportamientos son muy distintos de los nuestros. Cuando descubrimos que los vietnamitas consumen cánidos, serpientes o ratas hacemos gestos de asco y desaprobación. Los mismos que harían los integrantes de otras culturas viéndonos comer caracoles u otra clases de animales que para ellos pueden resultar repulsivos. ¿Acaso es mas inhumano golpear a un pez en la cabeza hasta matarlo que depositar un bogavante en una cazuela llena de agua hirviendo?. En definitiva, somos condescendientes con todo cuanto hacemos nosotros e intolerantes con lo que hacen los que no pertenecen a “nuestra tribu”.Concluido el paseo por el mercado es llegado el momento de regresar a Saigón, haciendo escala en la localidad de My Tho. Allí visitamos la pagoda de Vonh Trang, un hermoso edificio de construcción relativamente reciente, levantado a mediados del siglo XIX.El cansancio acumulado y el calor son más fuertes que la curiosidad. Me siento en un banco de madera, en el interior del templo, para recuperar fuerzas. Veo a un hombre depositar sobre el altar ofrendas de incienso. Me mira. La cámara con el trípode le llaman la atención. Se acerca a una silla; coge un hábito de color naranja depositado sobre aquella y se lo pone. A continuación se me acerca y se brinda para que le haga una sesión fotográfica.
Pienso para mis adentros que ya tengo cubierto el cupo de fotografías de monjes budistas, pero no quiero incomodarle, así que, muy a mi pesar, me levanto y le tomo varias instantáneas. El buen hombre posa disciplinadamente, con el rostro impasible, sin permitirse la más mínima mueca ni la más ligera sonrisa. Cumplido su propósito, se marcha satisfecho.Ya en Saigón, cenamos en un restaurante próximo al Hotel Caravelle y nos retiramos a descansar. Mañana nos aguarda Cu Chí.
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Esta página va dirigida a los amantes de la ciudad de Zaragoza, de la fotografía y de los videos de naturaleza y de hermosos lugares.
jueves, 29 de octubre de 2009
Vietnam. 28 de agosto: Viajamos al Delta del Mekong
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No hay tregua posible cuando en apenas quince días quieres recorrer el país. Hoy nos serviremos de la carretera para llegar hasta la ciudad de Can Tho, en el Delta del Mekong, a algo más de cuatro horas de viaje.
Durante el trayecto sufrimos el único contratiempo vivido en Vietnam, un contratiempo menor que vendrá a ratificar el mimo exquisito con que se trata al turista.
Cuando apenas llevamos una hora de viaje, el motor del autobús empieza a emitir un intensa humareda. Una corta parada para que el conductor eche agua en el sistema de refrigeración. Reemprendemos la marcha pero tan sólo durante unos cientos de metros. Nuevamente el humo nos advierte del desastre. Nueva parada. El chófer nos indica que se trata de una avería que no puede solucionar.
Tenemos que esperar a que nos envíen un vehículo de repuesto. En apenas treinta minutos todo se ha resulto.
Durante el tiempo de espera tenemos ocasión de ver a unas campesinas extendiendo el arroz sobre un costado de la carretera para que los benéficos rayos solares ejerzan sus efectos deshidratantes.Días antes ya hemos tenido ocasión de contemplar una escena curiosísima: la de un buen número de campesinos realizando idéntica práctica en un carril de la autopista.
Debe ser esa una costumbre habitual porque los conductores no muestran signo alguno de enfado; muy por el contrario, reducen la marcha, forman caravana si es necesario y dejan que los agricultores continúen con su labor de secado.
Hacemos un alto para visitar un templo caodista. Se trata de un edificio visualmente muy llamativo, con una nave central y dos torres laterales. Es de un suave color salmón sobre el que destacan adornos en blanco y azul celeste.Unas bonitas serpientes de vivos colores se enroscan alrededor de las columnas que presiden la entrada principal.El interior del templo es de una limpieza inmaculada, con suelos de brillante cerámica perlada y columnas de un suave color verde.Están celebrando un oficio religioso. Tanto mujeres como hombres visten túnicas de un blanco inmaculado. Están arrodillados sobre cojines de color azul celeste. Al fondo de la nave, el oficiante viste hábito de semejante color.
Es el caodismo una religión sincrética, nacida en Vietnam a principios del siglo XX, que trata de conciliar creencias de las dos religiones monoteístas más extendidas (el cristianismo y el islamismo) con el budismo, el taoísmo, el hinduismo y el confucionismo. Su símbolo es el ojo integrado en el triángulo, propio de una ya decaída iconografía cristiana e incluso masónica.Sus creyentes afirman que reciben revelaciones sagradas de personajes tan distintos como Victor Hugo, Jesucristo, Lenin o Mahoma. Cuenta con algo menos de diez millones de seguidores.La siguiente etapa del viaje es el río Mekong, por el que navegamos a borde de un sampán. El día está plomizo, amenazando lluvia. Multitud de embarcaciones recorren el caudaloso río. A ambas orillas se levantan frágiles viviendas de madera o chapa, cuando no de cañizo.Nos detenemos en una pequeña nave destinada a la fabricación artesanal de dulces. Un grupo de empleados trabajan con primitivas herramientas la miel, el arroz, el coco, el plátano o el sésamo para producir golosinas. Hasta los caramelos los envuelven a mano.
En una mesa rectangular tenemos a nuestra disposición una variada gama de sus productos para que los probemos. También nos sirven una taza de té. Nos sentamos y disfrutamos de tan dulces viandas. Antes de partir compramos un surtido de dulces.Reanudamos la navegación para adentrarnos en los canales de Cai Be y Vinh Long. Resulta espectacular navegar por el manglar y disfrutar de su exhuberante vegetación.
Las autoridades sanitarias españolas recomiendan a los turistas que visitan Vietnam el uso de tratamientos preventivos de la malaria. Aún cuando deben cumplirse las prescripciones facultativas, quiero dejar constancia de que en los quince días que ha durado el viaje no he sufrido ninguna picadura de mosquitos. Dos o tres compañeros del grupo padecieron alguna picadura ocasional. Es ese un inconveniente menor que no debe preocupar al potencial viajero.
Comemos en los jardines de una vivienda de madera centenaria, típica de la zona. A la entrada, una diminuta anciana nos regala una mirada cautivadora. Nos atiende la propia familia, que nos dispensa un magnífico trato y una excelente comida. Nos sirven sopa, verduras y un estupendo pescado de agua dulce. Después recorremos la feraz huerta, en la que abunda el árbol del pan.
De nuevo navegamos por el manglar. La marea ha descendido, lo que provoca que el sampán encalle. El piloto nos da instrucciones para que nos situemos en la proa de la barca; la popa se eleva. Se tira al agua y en unos minutos la nave está en condiciones de reemprender la marcha. Una fina lluvia nos acompañará durante el resto del viaje.Atracamos. De nuevo en el autobús rumbo a Can Tho. Nos alojamos en el Hotel “Victoria Can Tho”, tan agradable y lujoso como todos los que le han precedido.
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No hay tregua posible cuando en apenas quince días quieres recorrer el país. Hoy nos serviremos de la carretera para llegar hasta la ciudad de Can Tho, en el Delta del Mekong, a algo más de cuatro horas de viaje.
Durante el trayecto sufrimos el único contratiempo vivido en Vietnam, un contratiempo menor que vendrá a ratificar el mimo exquisito con que se trata al turista.
Cuando apenas llevamos una hora de viaje, el motor del autobús empieza a emitir un intensa humareda. Una corta parada para que el conductor eche agua en el sistema de refrigeración. Reemprendemos la marcha pero tan sólo durante unos cientos de metros. Nuevamente el humo nos advierte del desastre. Nueva parada. El chófer nos indica que se trata de una avería que no puede solucionar.
Tenemos que esperar a que nos envíen un vehículo de repuesto. En apenas treinta minutos todo se ha resulto.
Durante el tiempo de espera tenemos ocasión de ver a unas campesinas extendiendo el arroz sobre un costado de la carretera para que los benéficos rayos solares ejerzan sus efectos deshidratantes.Días antes ya hemos tenido ocasión de contemplar una escena curiosísima: la de un buen número de campesinos realizando idéntica práctica en un carril de la autopista.
Debe ser esa una costumbre habitual porque los conductores no muestran signo alguno de enfado; muy por el contrario, reducen la marcha, forman caravana si es necesario y dejan que los agricultores continúen con su labor de secado.
Hacemos un alto para visitar un templo caodista. Se trata de un edificio visualmente muy llamativo, con una nave central y dos torres laterales. Es de un suave color salmón sobre el que destacan adornos en blanco y azul celeste.Unas bonitas serpientes de vivos colores se enroscan alrededor de las columnas que presiden la entrada principal.El interior del templo es de una limpieza inmaculada, con suelos de brillante cerámica perlada y columnas de un suave color verde.Están celebrando un oficio religioso. Tanto mujeres como hombres visten túnicas de un blanco inmaculado. Están arrodillados sobre cojines de color azul celeste. Al fondo de la nave, el oficiante viste hábito de semejante color.
Es el caodismo una religión sincrética, nacida en Vietnam a principios del siglo XX, que trata de conciliar creencias de las dos religiones monoteístas más extendidas (el cristianismo y el islamismo) con el budismo, el taoísmo, el hinduismo y el confucionismo. Su símbolo es el ojo integrado en el triángulo, propio de una ya decaída iconografía cristiana e incluso masónica.Sus creyentes afirman que reciben revelaciones sagradas de personajes tan distintos como Victor Hugo, Jesucristo, Lenin o Mahoma. Cuenta con algo menos de diez millones de seguidores.La siguiente etapa del viaje es el río Mekong, por el que navegamos a borde de un sampán. El día está plomizo, amenazando lluvia. Multitud de embarcaciones recorren el caudaloso río. A ambas orillas se levantan frágiles viviendas de madera o chapa, cuando no de cañizo.Nos detenemos en una pequeña nave destinada a la fabricación artesanal de dulces. Un grupo de empleados trabajan con primitivas herramientas la miel, el arroz, el coco, el plátano o el sésamo para producir golosinas. Hasta los caramelos los envuelven a mano.
En una mesa rectangular tenemos a nuestra disposición una variada gama de sus productos para que los probemos. También nos sirven una taza de té. Nos sentamos y disfrutamos de tan dulces viandas. Antes de partir compramos un surtido de dulces.Reanudamos la navegación para adentrarnos en los canales de Cai Be y Vinh Long. Resulta espectacular navegar por el manglar y disfrutar de su exhuberante vegetación.
Las autoridades sanitarias españolas recomiendan a los turistas que visitan Vietnam el uso de tratamientos preventivos de la malaria. Aún cuando deben cumplirse las prescripciones facultativas, quiero dejar constancia de que en los quince días que ha durado el viaje no he sufrido ninguna picadura de mosquitos. Dos o tres compañeros del grupo padecieron alguna picadura ocasional. Es ese un inconveniente menor que no debe preocupar al potencial viajero.
Comemos en los jardines de una vivienda de madera centenaria, típica de la zona. A la entrada, una diminuta anciana nos regala una mirada cautivadora. Nos atiende la propia familia, que nos dispensa un magnífico trato y una excelente comida. Nos sirven sopa, verduras y un estupendo pescado de agua dulce. Después recorremos la feraz huerta, en la que abunda el árbol del pan.
De nuevo navegamos por el manglar. La marea ha descendido, lo que provoca que el sampán encalle. El piloto nos da instrucciones para que nos situemos en la proa de la barca; la popa se eleva. Se tira al agua y en unos minutos la nave está en condiciones de reemprender la marcha. Una fina lluvia nos acompañará durante el resto del viaje.Atracamos. De nuevo en el autobús rumbo a Can Tho. Nos alojamos en el Hotel “Victoria Can Tho”, tan agradable y lujoso como todos los que le han precedido.
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miércoles, 28 de octubre de 2009
Vietnam. Día 27 de agosto: Volamos hacia Ho Chi Minh
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Hoy concluye nuestra estancia en Danang, ciudad que las autoridades del país aspiran a convertir en un enclave turístico de ocio, playas y sol. Construir un aeropuerto con capacidad suficiente para acoger un número considerable de visitantes es uno de los primeros retos que tienen que acometer, ya que el actual es pequeño y provinciano, incapaz de absorber un tráfico superior a los dos millones de personas anuales.
Tomamos un avión de la eficaz compañía aérea Tahilandesa Tahi Airways y en algo menos de una hora aterrizamos en Tan Son Nhat, el aeropuerto de la ciudad de Ho Chi Minh, la mítica Saigón, capital primero de la Conchinchina francesa y después del desparecido Estado de Vietnam del Sur.
Cuarenta años de comunismo no han sido capaces de borrar el carácter de esta ciudad de nueve millones de habitantes. Saigón fue el centro neurálgico de un país hipercapitalista en el que todo era objeto de tráfico económico, incluido el sexo y la droga, que campaban a sus anchas por todos los rincones de la ciudad. Los franceses primero y después los americanos, apoyándose en Gobiernos locales corrompidos, supieron hacer el trabajo a la perfección.
En frente, un Vietnam del Norte austero, extremadamente ideologizado y con una población eminentemente campesina, aferrada a las tradiciones y radicalmente enfrentada a la invasión extranjera.
A pesar de que este último modelo fue el que triunfó y se instaló en el país reunificado, Saigón nunca renunció a seguir siendo la gran ciudad vitalista y bulliciosa que siempre fue.
Así, descubrimos una ciudad que desborda vida por todos sus poros. Rascacielos, carteles de neón, grandes superficies comerciales, escaparates con las marcas de relojes o perfumes más exclusivas, coches y, sobre todo, muchas motos, millares de motocicletas atravesando incesantemente, día y noche, las largas avenidas de la ciudad.Yung es nuestra última guía, la Pigmalión que nos abrirá de par en par las ventanas del sur del país. Toda una profesional, con mayúsculas. Paciente, amable, siempre con una sonrisa en los labios, hace innumerables esfuerzos por explicárnoslo todo, por mostrarnos todo lo que se presenta ante nuestros ojos.Originaria del sur del país, nos cuenta que de niña se trasladó con su padre al norte. No nos da más explicaciones, pero deduzco que para integrarse en el Ejército Rojo. En Cuba, como no, estudió ingeniería, rama agrícola, y de regreso a Vietnam completó su formación estudiando bioquímica.
Llegamos al hotel: el Caravelle. Un hotel impresionante, situado en la zona monumental de la ciudad. En un área de un par de kilómetros cuadrados se levantan el Ayuntamiento, el Teatro de la Ópera, la Oficina de Correos, la Catedral de Notre Dame y el emblemático Hotel Continental, situado justo enfrente del nuestro.
Pero vayamos por partes. El Hotel Caravelle es el más lujoso de la ciudad. Se alza sobre un imponente rascacielos de cuidada arquitectura. Acabada la guerra del Vietnam fue clausurado, permaneciendo cerrado hasta que las autoridades del país decidieron, décadas después, restaurarlo para ponerlo a disposición del nuevo mercado turístico al que querían abrirse.
En la planta calle, además de la recepción, se encuentran delegaciones de Rolex y de otras marcas de relojes de primer nivel. La puerta de acceso es atendida por dos jóvenes vestidas al modo tradicional que, también al modo tradicional, saludan amablemente a los clientes que llegan o se van.
Nuestra habitación se encuentra en la planta veintiuno. La pared que da a la calle es una amplia cristalera que nos muestra una impresionante imagen de la ciudad. Frente a nosotros, bajo nuestros pies, las inmensas avenidas, Notre Dame, el Palacio de la Opera y el Continental, de nuevo el Continental.Fue ese hotel el cuartel general de los periodistas que durante una década dieron cuenta de los horrores de la Guerra del Vietnam. Desde allí se redactaron las crónicas que denunciaron los horrores de la guerra: el napalm arrasando selvas y poblados, cuando no la piel de niñas indefensas que corrían presas de dolor y de pánico por las asoladas carreteras del país; desde allí emitieron los canales de televisión y las emisoras de radio de medio planeta. Miro desde mi habitación la fachada de ese emblemático edificio y me pregunto para qué tanta guerra, tanta muerte y destrucción.
Viendo el Saigón actual, el Vietnam actual, llego a la conclusión de que en realidad ganaron la guerra los que la perdieron. Nada queda, salvo en la iconografía callejera, del legado de Ho Chi Minh; acaso el Partido Comunista y la burocracia que de él se nutre. Ningún servicio esencial, ningún derecho social es dispensado por el Estado: vivienda, sanidad, educación, pensiones... todo es responsabilidad de cada cual. Y la gente parece haberse adaptado perfectamente a ese modelo que les obliga a luchar por la supervivencia al modo capitalista más descarnado.La juventud de esta urbe es feliz vistiendo a la última moda, teniendo lleno el depósito de la motocicleta y disponiendo de unos dong para pagarse unas cervezas. Algo, en definitiva, no muy distinto de lo que vemos en nuestro entorno.
Y en nuestro hotel se encuentra el “Café Saigón”, otro lugar paradigmático de las décadas de los sesenta y de los setenta del siglo pasado. Concluido el artículo o emitido el reportaje, los periodistas del Continental acababan la jornada en el “Café Saigón”. Noches de calor, sudor y sexo con adolescentes obnubiladas por el brillo de los dólares que todo podían comprarlo.
Tenemos ocasión de asomarnos al mítico café, rebosante de humo de tabaco y de gente. El único lugar bullicioso que hemos visto en Vietnam. En el escenario, dos muchachas, con faldas minúsculas, acompañadas por los sones de la orquesta, cantan y bailan salsa. Me pregunto si la escena será muy diferente de la que pudo darse cuarenta años atrás y concluyo que los horadados cimientos del comunismo vigente en el país no tardarán más de una década en desplomarse. Pero, en fin, no deja de ser una conjetura.
Enclavado en una amplia plaza, se levanta el Ayuntamiento de la ciudad o Sede del Comité Popular, un hermoso edificio de estilo colonial francés construido en la primera década del siglo XX para uso hotelero.Se accede a la fachada principal recorriendo un largo paseo ajardinado. En el centro de este, presidiendo visualmente el conjunto arquitectónico, se levanta una estatua de Ho Chi Minh en posición sedente acariciando con gesto paternal el cabello de una niña.
Con una fachada de ladrillo visto de color rojizo que se trajo desde Marsella, la Basílica católica de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción o “Notre Dame” fue construida por los franceses a mediados del siglo XIX, con el propósito, aparte del religioso, de dejar constancia ante sus súbditos de la “grandeur” de la metrópoli; destacan las dos torres, de 58 metros cada una, que se alzan a ambos lados de la fachada principal.A un costado de la Catedral se alza la Oficina de Correos, un hermoso edificio de doble planta, pintado en rosa. El interior de esta obra arquitectónica de estilo colonial es un amplísima nave de techo abovedado que se sostiene sobre unas columnas y arcos de hierro fundido, pintadas en verde. En la pared que se levanta al fondo de la nave cuelga una imagen del “padre de la patria”, Ho Chi Minh con rostro beatífico.Y llegamos a la Plaza de Lam Som, en la que se levantan los ya citados Hoteles Caravelle y Continental y el hermoso Palacio de la Opera, con las paredes revestidas del emblemático color rosa de sus edificios coloniales históricos. Este espacio se ha convertido en un importante foco de actividad cultural ya que en el mismo se celebran conciertos que atraen a los jóvenes de la ciudad. Resulta sorprendente ver a los muchachos y muchachas ocupando la explanada de la plaza con sus motos. Son las diez de la mañana y podemos verles disfrutar de la actuación de un grupo de rock que ha convertido en escenario la parte superior de las escaleras de acceso al interior del Palacio.También resulta obligado visitar el actualmente denominado “Palacio de la Reunificación”, edificio que se levanta sobre una pradera y que en su día fue sede de la Presidencia de Vietnam del Sur. Fue el lugar en el que se materializó la entrega oficial del poder al Vietcong tras la caida de Saigón en abril de 1975.Saigón es el paraíso de las falsificaciones. Las grandes marcas originales coexisten con copias de considerable calidad que, a buen precio, se venden sin ningún tipo de complejo en un buen número de comercios de la ciudad. Si quieres comprar bolsos, perfumes, camisas o vestidos de las firmas más prestigiosas del mundo has llegado al lugar adecuado. Por unos cuantos dólares puedes adquirir acabadas imitaciones.
Y hablando de dólares, en Vietnam conviven esta moneda junto el euro y, por supuesto, la nacional, el dong. Los comercios no rechazan ninguna de estas divisas. No obstante, lo más aconsejable es pagar con dongs o, en su defecto, con dólares. A los euros le atribuyen un valor similar al de la moneda americana, por lo que pagar con aquellos supone adquirir los productos a un mayor precio.
Al vietnamita le gusta regatear, pero sabe hacerlo de una manera suave, pausada, sin agresividad, siempre con la sonrisa en la boca. Negociar con ellos no resulta violento en absoluto y siempre se termina llegando a un acuerdo. Cuando quieren llamar tu atención te regalan un piropo. “Guapo” o “guapa” es el más habitual. “Guapo, camisas bonitas”, te dicen. Y ¿hay alguien que pueda resistirse a un halago?.
Es importante la colonia china instalada en la ciudad y especialmente atractivo el mercado chino de Binh Tay, donde las mercancías se acumulan en cantidades ingentes para ser vendidas a pequeños comerciantes, que las revenderán después en sus pequeños comercios. Nos habla Yung de un modelo de negocio que, a oídos de un occidental, puede resultar cuanto menos sorprendente. Para favorecer el desarrollo del comercio y, en consecuencia, su propia actividad, los mayoristas instalados en este mercado dejan a los minoristas la mercancía en depósito. La pagarán cuando vayan a reponer género, una vez vendido el suministro anterior.La existencia de este mercado se debe al empresario chino Quách Diam. De origen muy humilde, empezó ganándose la vida con la venta de productos que reciclaba de la basura. Tras labrar su fortuna, contribuyó de manera significativa a poner en marcha este centro comercial. Todavía en la actualidad, la comunidad china le rinde reconocimiento en un pequeño altar levantado en su honor en el interior del mercado.Tras la comida del mediodía llega la hora de visitar el Museo de la Guerra. Siento un cierto estremecimiento al pensar que voy a recuperar en la memoria las terribles imágenes de una guerra que ejerció notable influencia en nuestra generación y en la que nos precedió.A fin de cuentas en esa terrible década de la Guerra del Vietnam la humanidad vivió una serie de acontecimientos que marcaron a hierro el curso de la historia: el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles en Norteamérica, la liberación sexual, el nacimiento de los míticos grupos de rock y de los cantantes poetas comprometidos con la época que les había tocado vivir, el mayo parisino del 68 o el terrible octubre de ese año de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México...
El Museo de la Guerra de Saigón no pretende vender ideología, no aspira a adoctrinar a nadie. Sin pretensiones de ningún tipo, es precisamente su sobriedad lo que le hace grande. Salas vacías, sobre cuyas paredes se despliegan multitud de fotografías que recogen el drama humano de esa guerra, de todas las guerras. Los rostros que nos muestran reflejan el miedo, el dolor, la angustia del ser humano, da igual que sea vietnamita o americano, blanco o negro, mujer u hombre.
Electrizado por el horror de las imágenes que veo no puedo evitar enfocar con mi cámara alguna de ellas y guardarla para que me sirva de perpetuo recuerdo de los horrores de la guerra.
Me llama especialmente la atención la imagen de dos mujeres y tres niños sumergidas en las aguas de un embravecido río.
No quisiera equivocarme, pero creo recordar que, según el relato de Yung, los hechos acontecieron más o menos como voy a relatarlos a continuación.
Un grupo de soldados americanos llega a una aldea siguiendo la pista de unos "charlies", nombre con el que los yankies denominaban a los miembros de la guerrilla del Vietcong. Preguntan a unas mujeres y estas les informan de que han huído atravesando el río.
Temerosos de que puedan estar engañándoles y de que puedan ser víctimas de una emboscada, obligan a las dos féminas y a sus hijos a tirarse al agua y atravesar el río para después, sobre seguro, hacerlo ellos.
El fotografo fue testigo presencial del drama y, gracias a su cámara, el planeta entero.
Concluida la visita, los miembros del grupo apenas cruzamos palabras. Subimos al autobús que nos llevará al hotel y durante el trayecto guardamos silencio, interiorizando en lo más profundo de nuestros corazones esa página de la historia que se ha presentado descarnada ante nuestros ojos.
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Hoy concluye nuestra estancia en Danang, ciudad que las autoridades del país aspiran a convertir en un enclave turístico de ocio, playas y sol. Construir un aeropuerto con capacidad suficiente para acoger un número considerable de visitantes es uno de los primeros retos que tienen que acometer, ya que el actual es pequeño y provinciano, incapaz de absorber un tráfico superior a los dos millones de personas anuales.
Tomamos un avión de la eficaz compañía aérea Tahilandesa Tahi Airways y en algo menos de una hora aterrizamos en Tan Son Nhat, el aeropuerto de la ciudad de Ho Chi Minh, la mítica Saigón, capital primero de la Conchinchina francesa y después del desparecido Estado de Vietnam del Sur.
Cuarenta años de comunismo no han sido capaces de borrar el carácter de esta ciudad de nueve millones de habitantes. Saigón fue el centro neurálgico de un país hipercapitalista en el que todo era objeto de tráfico económico, incluido el sexo y la droga, que campaban a sus anchas por todos los rincones de la ciudad. Los franceses primero y después los americanos, apoyándose en Gobiernos locales corrompidos, supieron hacer el trabajo a la perfección.
En frente, un Vietnam del Norte austero, extremadamente ideologizado y con una población eminentemente campesina, aferrada a las tradiciones y radicalmente enfrentada a la invasión extranjera.
A pesar de que este último modelo fue el que triunfó y se instaló en el país reunificado, Saigón nunca renunció a seguir siendo la gran ciudad vitalista y bulliciosa que siempre fue.
Así, descubrimos una ciudad que desborda vida por todos sus poros. Rascacielos, carteles de neón, grandes superficies comerciales, escaparates con las marcas de relojes o perfumes más exclusivas, coches y, sobre todo, muchas motos, millares de motocicletas atravesando incesantemente, día y noche, las largas avenidas de la ciudad.Yung es nuestra última guía, la Pigmalión que nos abrirá de par en par las ventanas del sur del país. Toda una profesional, con mayúsculas. Paciente, amable, siempre con una sonrisa en los labios, hace innumerables esfuerzos por explicárnoslo todo, por mostrarnos todo lo que se presenta ante nuestros ojos.Originaria del sur del país, nos cuenta que de niña se trasladó con su padre al norte. No nos da más explicaciones, pero deduzco que para integrarse en el Ejército Rojo. En Cuba, como no, estudió ingeniería, rama agrícola, y de regreso a Vietnam completó su formación estudiando bioquímica.
Llegamos al hotel: el Caravelle. Un hotel impresionante, situado en la zona monumental de la ciudad. En un área de un par de kilómetros cuadrados se levantan el Ayuntamiento, el Teatro de la Ópera, la Oficina de Correos, la Catedral de Notre Dame y el emblemático Hotel Continental, situado justo enfrente del nuestro.
Pero vayamos por partes. El Hotel Caravelle es el más lujoso de la ciudad. Se alza sobre un imponente rascacielos de cuidada arquitectura. Acabada la guerra del Vietnam fue clausurado, permaneciendo cerrado hasta que las autoridades del país decidieron, décadas después, restaurarlo para ponerlo a disposición del nuevo mercado turístico al que querían abrirse.
En la planta calle, además de la recepción, se encuentran delegaciones de Rolex y de otras marcas de relojes de primer nivel. La puerta de acceso es atendida por dos jóvenes vestidas al modo tradicional que, también al modo tradicional, saludan amablemente a los clientes que llegan o se van.
Nuestra habitación se encuentra en la planta veintiuno. La pared que da a la calle es una amplia cristalera que nos muestra una impresionante imagen de la ciudad. Frente a nosotros, bajo nuestros pies, las inmensas avenidas, Notre Dame, el Palacio de la Opera y el Continental, de nuevo el Continental.Fue ese hotel el cuartel general de los periodistas que durante una década dieron cuenta de los horrores de la Guerra del Vietnam. Desde allí se redactaron las crónicas que denunciaron los horrores de la guerra: el napalm arrasando selvas y poblados, cuando no la piel de niñas indefensas que corrían presas de dolor y de pánico por las asoladas carreteras del país; desde allí emitieron los canales de televisión y las emisoras de radio de medio planeta. Miro desde mi habitación la fachada de ese emblemático edificio y me pregunto para qué tanta guerra, tanta muerte y destrucción.
Viendo el Saigón actual, el Vietnam actual, llego a la conclusión de que en realidad ganaron la guerra los que la perdieron. Nada queda, salvo en la iconografía callejera, del legado de Ho Chi Minh; acaso el Partido Comunista y la burocracia que de él se nutre. Ningún servicio esencial, ningún derecho social es dispensado por el Estado: vivienda, sanidad, educación, pensiones... todo es responsabilidad de cada cual. Y la gente parece haberse adaptado perfectamente a ese modelo que les obliga a luchar por la supervivencia al modo capitalista más descarnado.La juventud de esta urbe es feliz vistiendo a la última moda, teniendo lleno el depósito de la motocicleta y disponiendo de unos dong para pagarse unas cervezas. Algo, en definitiva, no muy distinto de lo que vemos en nuestro entorno.
Y en nuestro hotel se encuentra el “Café Saigón”, otro lugar paradigmático de las décadas de los sesenta y de los setenta del siglo pasado. Concluido el artículo o emitido el reportaje, los periodistas del Continental acababan la jornada en el “Café Saigón”. Noches de calor, sudor y sexo con adolescentes obnubiladas por el brillo de los dólares que todo podían comprarlo.
Tenemos ocasión de asomarnos al mítico café, rebosante de humo de tabaco y de gente. El único lugar bullicioso que hemos visto en Vietnam. En el escenario, dos muchachas, con faldas minúsculas, acompañadas por los sones de la orquesta, cantan y bailan salsa. Me pregunto si la escena será muy diferente de la que pudo darse cuarenta años atrás y concluyo que los horadados cimientos del comunismo vigente en el país no tardarán más de una década en desplomarse. Pero, en fin, no deja de ser una conjetura.
Enclavado en una amplia plaza, se levanta el Ayuntamiento de la ciudad o Sede del Comité Popular, un hermoso edificio de estilo colonial francés construido en la primera década del siglo XX para uso hotelero.Se accede a la fachada principal recorriendo un largo paseo ajardinado. En el centro de este, presidiendo visualmente el conjunto arquitectónico, se levanta una estatua de Ho Chi Minh en posición sedente acariciando con gesto paternal el cabello de una niña.
Con una fachada de ladrillo visto de color rojizo que se trajo desde Marsella, la Basílica católica de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción o “Notre Dame” fue construida por los franceses a mediados del siglo XIX, con el propósito, aparte del religioso, de dejar constancia ante sus súbditos de la “grandeur” de la metrópoli; destacan las dos torres, de 58 metros cada una, que se alzan a ambos lados de la fachada principal.A un costado de la Catedral se alza la Oficina de Correos, un hermoso edificio de doble planta, pintado en rosa. El interior de esta obra arquitectónica de estilo colonial es un amplísima nave de techo abovedado que se sostiene sobre unas columnas y arcos de hierro fundido, pintadas en verde. En la pared que se levanta al fondo de la nave cuelga una imagen del “padre de la patria”, Ho Chi Minh con rostro beatífico.Y llegamos a la Plaza de Lam Som, en la que se levantan los ya citados Hoteles Caravelle y Continental y el hermoso Palacio de la Opera, con las paredes revestidas del emblemático color rosa de sus edificios coloniales históricos. Este espacio se ha convertido en un importante foco de actividad cultural ya que en el mismo se celebran conciertos que atraen a los jóvenes de la ciudad. Resulta sorprendente ver a los muchachos y muchachas ocupando la explanada de la plaza con sus motos. Son las diez de la mañana y podemos verles disfrutar de la actuación de un grupo de rock que ha convertido en escenario la parte superior de las escaleras de acceso al interior del Palacio.También resulta obligado visitar el actualmente denominado “Palacio de la Reunificación”, edificio que se levanta sobre una pradera y que en su día fue sede de la Presidencia de Vietnam del Sur. Fue el lugar en el que se materializó la entrega oficial del poder al Vietcong tras la caida de Saigón en abril de 1975.Saigón es el paraíso de las falsificaciones. Las grandes marcas originales coexisten con copias de considerable calidad que, a buen precio, se venden sin ningún tipo de complejo en un buen número de comercios de la ciudad. Si quieres comprar bolsos, perfumes, camisas o vestidos de las firmas más prestigiosas del mundo has llegado al lugar adecuado. Por unos cuantos dólares puedes adquirir acabadas imitaciones.
Y hablando de dólares, en Vietnam conviven esta moneda junto el euro y, por supuesto, la nacional, el dong. Los comercios no rechazan ninguna de estas divisas. No obstante, lo más aconsejable es pagar con dongs o, en su defecto, con dólares. A los euros le atribuyen un valor similar al de la moneda americana, por lo que pagar con aquellos supone adquirir los productos a un mayor precio.
Al vietnamita le gusta regatear, pero sabe hacerlo de una manera suave, pausada, sin agresividad, siempre con la sonrisa en la boca. Negociar con ellos no resulta violento en absoluto y siempre se termina llegando a un acuerdo. Cuando quieren llamar tu atención te regalan un piropo. “Guapo” o “guapa” es el más habitual. “Guapo, camisas bonitas”, te dicen. Y ¿hay alguien que pueda resistirse a un halago?.
Es importante la colonia china instalada en la ciudad y especialmente atractivo el mercado chino de Binh Tay, donde las mercancías se acumulan en cantidades ingentes para ser vendidas a pequeños comerciantes, que las revenderán después en sus pequeños comercios. Nos habla Yung de un modelo de negocio que, a oídos de un occidental, puede resultar cuanto menos sorprendente. Para favorecer el desarrollo del comercio y, en consecuencia, su propia actividad, los mayoristas instalados en este mercado dejan a los minoristas la mercancía en depósito. La pagarán cuando vayan a reponer género, una vez vendido el suministro anterior.La existencia de este mercado se debe al empresario chino Quách Diam. De origen muy humilde, empezó ganándose la vida con la venta de productos que reciclaba de la basura. Tras labrar su fortuna, contribuyó de manera significativa a poner en marcha este centro comercial. Todavía en la actualidad, la comunidad china le rinde reconocimiento en un pequeño altar levantado en su honor en el interior del mercado.Tras la comida del mediodía llega la hora de visitar el Museo de la Guerra. Siento un cierto estremecimiento al pensar que voy a recuperar en la memoria las terribles imágenes de una guerra que ejerció notable influencia en nuestra generación y en la que nos precedió.A fin de cuentas en esa terrible década de la Guerra del Vietnam la humanidad vivió una serie de acontecimientos que marcaron a hierro el curso de la historia: el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles en Norteamérica, la liberación sexual, el nacimiento de los míticos grupos de rock y de los cantantes poetas comprometidos con la época que les había tocado vivir, el mayo parisino del 68 o el terrible octubre de ese año de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México...
El Museo de la Guerra de Saigón no pretende vender ideología, no aspira a adoctrinar a nadie. Sin pretensiones de ningún tipo, es precisamente su sobriedad lo que le hace grande. Salas vacías, sobre cuyas paredes se despliegan multitud de fotografías que recogen el drama humano de esa guerra, de todas las guerras. Los rostros que nos muestran reflejan el miedo, el dolor, la angustia del ser humano, da igual que sea vietnamita o americano, blanco o negro, mujer u hombre.
Electrizado por el horror de las imágenes que veo no puedo evitar enfocar con mi cámara alguna de ellas y guardarla para que me sirva de perpetuo recuerdo de los horrores de la guerra.
Me llama especialmente la atención la imagen de dos mujeres y tres niños sumergidas en las aguas de un embravecido río.
No quisiera equivocarme, pero creo recordar que, según el relato de Yung, los hechos acontecieron más o menos como voy a relatarlos a continuación.
Un grupo de soldados americanos llega a una aldea siguiendo la pista de unos "charlies", nombre con el que los yankies denominaban a los miembros de la guerrilla del Vietcong. Preguntan a unas mujeres y estas les informan de que han huído atravesando el río.
Temerosos de que puedan estar engañándoles y de que puedan ser víctimas de una emboscada, obligan a las dos féminas y a sus hijos a tirarse al agua y atravesar el río para después, sobre seguro, hacerlo ellos.
El fotografo fue testigo presencial del drama y, gracias a su cámara, el planeta entero.
Concluida la visita, los miembros del grupo apenas cruzamos palabras. Subimos al autobús que nos llevará al hotel y durante el trayecto guardamos silencio, interiorizando en lo más profundo de nuestros corazones esa página de la historia que se ha presentado descarnada ante nuestros ojos.
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martes, 27 de octubre de 2009
Vietnam. Días 24 a 26 de agosto: Nos instalamos en Danang y visitamos Hoy An
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Emprendemos viaje nuevamente. Hoy apenas recorremos cien kilómetros, los que separan Hue de Danang, tercera ciudad en importancia del país -tiene casi un millón de habitantes- y capital del antiguo Reino de Shampa o Champa. La belleza de sus playas la ha convertido en punto de visita obligado para aquellos que quieren pasar unos días de descanso y sol.A causa de su estratégica posición geográfica también le corresponde el triste privilegio de haber sido puerta de acceso de numerosos ejércitos extranjeros. Allí desembarcaron tropas francesas y españolas en 1858; tras tomar la ciudad, la rebautizaron con el nombre de Tourane.
En 1965 lo hizo el primer contingente de marines americanos que pisó suelo vietnamita.
El Reino de Shampa, habitado por la etnia Shamp, se extendió desde el centro al sur de Vietnam. Fueron los franceses los primeros en interesarse por la cultura Shampa, de origen hindú, y los que levantaron El Museo Cham, primera visita que hacemos al llegar a Danang. Sus instalaciones acogen una importantísima colección de esculturas procedentes de las diferentes excavaciones arqueológicas realizadas por los galos.Del Museo nos dirigimos a las Montañas de Mármol, uno de los lugares más hermosos que he visitado nunca. Canteras de las que hasta hace poco tiempo se extraía este noble material de piedra, en la actualidad son un importante atractivo turístico.
Son cinco las montañas que conforman este espacio y dan nombre a cada uno de los cinco elementos: Montaña del Agua, Montaña del Fuego, Montaña de la Tierra, Montaña del Metal y Montaña de la Madera. De antigua cantera ha pasado a ser un importante foco de atracción para el turismo. Nosotros visitamos la Montaña del Agua (Thuy Son).
La ascensión está constituida por una sucesión de tramos de escaleras y de estrechos caminos tras los que nos vamos encontrando nuevas sorpresas. A la entrada, en plena naturaleza, a la intemperie, nos aguarda un imponente buda sedente, cincelado en mármol blanco; algo más adelante un templo. Una anciana, mostrando una amplia sonrisa, vende varillas de incienso para hacer ofrendas. Tras adquirir un paquete, le pido autorización para tomarle una fotografía. La sonrisa aún se agigante más. Un disparo, dos disparos, tres... y continuamos nuestro camino. Unos metros después vuelvo la vista atrás y veo que la sonrisa de la anciana ha desaparecido y con tono enojado le dirige unas airadas palabras a una joven, probablemente su nieta. Pienso que los vietnamitas son sabedores de que esa permanente sonrisa que nos regalan a los occidentales resulta un eficacísimo método para asegurarse unas cuantas monedas.
Conforme avanzamos vamos descubriendo increíbles altares, con imponentes figuras de Buda, talladas en las grutas de la montaña. Marisa va deteniéndose en todos ellos para depositar sus ofrendas de incienso. Una de esas figuras tiene casi diez metros de altura.Llegamos a un pasillo de piedra. Al final del mismo se adivina una enorme cueva iluminada con una fantasmagórica luz. Descendemos las escaleras que dan acceso a la gruta. A ambos lados de aquellas, majestuosas figuras policromadas, sentadas sobre tronos. En frente, el cincel del artista ha trabajado la pared conformando un imponente altar presidido por Buda. A la derecha, otro altar sobre el que se proyecta un poderoso haz de luz que se cuela por un agujero natural que se abre en el techo de la cueva. Es la única iluminación que hay en la estancia. Es como si hubiéramos penetrado en alguno de esos fantásticos lugares que Spielberg nos muestra en sus películas de Indiana Jones.Después, nos explica Elías que aún cuando esa visita tendríamos que haberla realizado a primera hora del día siguiente, ha preferido alterar el programa para que accediendo al recinto al mediodía pudiésemos gozar de él en todo su esplendor. Ciertamente, todo un detalle.
Es hora de comer. El guía nos lleva al Hotel Furama Resort, que será nuestro cuartel general durante los próximos días.
Impresionante acogida la que creemos nos dedica el personal del hotel. Nos encontramos con una alfombra roja extendida a la entrada, un pasillo formado por un buen número de muchachas vietnamitas vestidas al modo tradicional del país y un gran despliegue de reporteros, fotógrafos y cámaras de video.
Lamentablemente, no tardamos en descubrir que no somos nosotros los destinatarios de tantas atenciones; se las prodigan al Presidente de la República, que asiste a un Congreso que se está desarrollando en esas instalaciones.
No obstante, superamos el dramático desengaño al contemplar la hermosa piscina que tenemos a nuestra disposición y a cuyos pies se extienden las arenas de una paradisíaca playa reservada para nuestro goce exclusivo o más bien para el goce de José Mari, Ana y Marisa, que serán los que disfruten de unas plácidas siestas recostados en unas acogedoras hamacas de madera, provistas de un mullido colchón y protegidas de los rayos solares por amplias sombrillas.
Al anochecer decidimos salir a cenar. Preguntamos en recepción y nos recomiendan un restaurante. Un empleado del hotel se ocupa de llamar a un taxi y de darle al chófer la dirección a donde debe llevarnos. Nos deja en una amplia avenida cuyo nombre he olvidado, al igual que el del restaurante donde volveremos después repetidas veces por mor de lo satisfechos que quedamos en nuestra primera visita.
Se trata de un establecimiento amplio, colindante con otros destinados a la misma actividad; especializado en pescado, tiene unas peceras a la izquierda del pasillo de entrada en las que se exponen las diferentes especies de marisco que puede saborear el cliente. Al fondo, las mesas dan a la playa.
Lo cierto es que las veces que acudimos a este lugar somos objeto de todo tipo de atenciones. La primera noche, viendo el maitre que no somos capaces de descifrar el contenido de la carta nos propone elegir las viandas por nosotros. Y hay que reconocer que lo hace muy bien. Nos sirve rollitos vietnamitas, almejas de considerable tamaño, algo parecido a un buey de mar, calamares, langostinos y carne de cerdo.
Con la bebida también tenemos dificultades para hacernos entender. Es costumbre de los naturales del país enfriar la cerveza con cubitos de hielo; nos cuesta hacerles desistir de su propósito de depositar los trozos de hielo en nuestros vasos. Tras muchos esfuerzos conseguimos que comprendan que ese hielo lo queremos en cubiteras, lo que nos permite disfrutar de unas estupendas cervezas del país convenientemente refrigeradas.
Como anécdota curiosa señalar que al día siguiente acudimos al mismo lugar. José Marí y Ana nos han adelantado su intención de hacerse cargo de la minuta porque quieren celebrar con nosotros sus bodas de plata. Pedimos langosta y almejas. Tomando la carta, voy a la página donde aparecen los rollitos y le pido -con mi incomprensible inglés- que nos sirva los de la noche anterior. Con ostentosos movimientos afirmativos de cabeza deja constancia expresa de que me ha comprendido.
Disfrutamos de las almejas, continuamos con la langosta y seguidamente nos sirven los rollitos; todo perfecto. Cuando nos sirve el cerdo, los cuatro nos miramos confundidos. Pero la confusión se convertirán en desconcierto cuando seguidamente van poniendo sobre la mesa otros platos con bueyes de mar, langostinos y calamares. En definitiva, todo lo que tomamos la noche anterior.
Lo absurdo de la situación nos hace estallar en una carcajada colectiva, concluida la cual nos aplicamos, con renovada energía, al trabajo que tenemos sobre la mesa.
Dicen que en Vietnam abundan las ratas. Supongo que como en todos los lugares en los que el hombre se ha instalado. No obstante, he de significar que durante esta pantagruélica cena “disfrutamos” de la compañía de un roedor de considerable tamaño que merodea por el entorno en busca de restos alimenticios. En un principio, recelando de nosotros, se mantiene a una distancia prudencial de unos siete u ocho metros, distancia que se irá acortando conforme va sintiéndose más seguro. He de reconocer que me amarga un tanto la cena.
A la mañana siguiente madrugo bastante. Quiero bajar a la playa y ver si todavía puedo fotografiar el amanecer. No me he levantado lo suficientemente pronto. El sol ya ha rebasado el horizonte y sobre la arena un grupo de hombres hace ejercicios de karate. Camino un rato hasta la hora de desayunar.A las ocho partimos hacia Hoy An, pequeña ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad y destino obligado de todo turista que se precie. Durante los siglos XV y XVI fue importante centro comercial y hasta allí llegaron, además de los chinos, indios, japoneses y holandeses.
Sus casas son coloridas y las calles tranquilas, con escasa circulación. Especialmente atractivo resulta el llamado “puente japones”, pintado de un intenso color rosa, que da acceso a lo que se conoce como el barrio nipón. La ciudad también tiene su Barrio Chino.
La Vieja Casa Mercante Phung Hung es visitada por todo extranjero que llega a la ciudad. Con más de doscientos veinte años de antigüedad, su estructura de madera combina estilos arquitectónicos de Japón y de China.
Todavía ocupada por sus propietarios, estos permanecen totalmente ajenos a la curiosidad de los visitantes, a los que ignoran por completo. Únicamente les dedican unos minutos de atención cuando llega el momento de ofrecerles los productos de artesanía que venden.
Varias muchachas se desenvuelven por las diferentes estancias de la casa. Les llama la atención, al igual que a los vietnamitas en general, mi trípode y el monopie que porta José Mari. Esos aditamentos sobre los que descansan las cámaras tal vez les haga pensar que sus propietarios son auténticos profesionales de la fotografía.
Una de las jóvenes, de pelo liso y negro como el azabache, cortado a la altura de los hombros y vestida al modo oriental, no deja de observar e incluso tocar mi equipo. Le propongo hacerle unas instantáneas y accede encantada, posando para mí. Le saco varios primeros planos. En un papel anota su dirección y me la entrega con la intención de que le haga llegar una de esas fotos en papel. Todavía no he dispuesto de algo de tiempo para llevar a revelar esas tomas, pero confío en hacerlo. Seguro que le encantará verse.Paseamos por las calles de la ciudad. Bajo un puente, un anciano, acomodado en su barca, se protege del sofocante calor. Cuando nos ve, rema pausadamente, como si le costase un sobrehumano esfuerzo impulsar la nave con la pértiga, hacía nosotros buscando unas monedas. Viste unas humildes prendas de algodón rosa y nos mira con ojos serenos y melancólicos.Es mediodía. A pesar de que las hemos visto en multitud de lugares, no dejan de llamarnos la atención la hermosas vestimentas que llevan las adolescentes vietnamitas.Concluida la jornada escolar, se dirigen a sus casas dando un paseo o subidas en sus bicicletas. Para simbolizar la pureza, que es atributo propio de los niños, lucen Ao Dais totalmente blancos complementados con gorritos de vivos colores.Siguiente
Emprendemos viaje nuevamente. Hoy apenas recorremos cien kilómetros, los que separan Hue de Danang, tercera ciudad en importancia del país -tiene casi un millón de habitantes- y capital del antiguo Reino de Shampa o Champa. La belleza de sus playas la ha convertido en punto de visita obligado para aquellos que quieren pasar unos días de descanso y sol.A causa de su estratégica posición geográfica también le corresponde el triste privilegio de haber sido puerta de acceso de numerosos ejércitos extranjeros. Allí desembarcaron tropas francesas y españolas en 1858; tras tomar la ciudad, la rebautizaron con el nombre de Tourane.
En 1965 lo hizo el primer contingente de marines americanos que pisó suelo vietnamita.
El Reino de Shampa, habitado por la etnia Shamp, se extendió desde el centro al sur de Vietnam. Fueron los franceses los primeros en interesarse por la cultura Shampa, de origen hindú, y los que levantaron El Museo Cham, primera visita que hacemos al llegar a Danang. Sus instalaciones acogen una importantísima colección de esculturas procedentes de las diferentes excavaciones arqueológicas realizadas por los galos.Del Museo nos dirigimos a las Montañas de Mármol, uno de los lugares más hermosos que he visitado nunca. Canteras de las que hasta hace poco tiempo se extraía este noble material de piedra, en la actualidad son un importante atractivo turístico.
Son cinco las montañas que conforman este espacio y dan nombre a cada uno de los cinco elementos: Montaña del Agua, Montaña del Fuego, Montaña de la Tierra, Montaña del Metal y Montaña de la Madera. De antigua cantera ha pasado a ser un importante foco de atracción para el turismo. Nosotros visitamos la Montaña del Agua (Thuy Son).
La ascensión está constituida por una sucesión de tramos de escaleras y de estrechos caminos tras los que nos vamos encontrando nuevas sorpresas. A la entrada, en plena naturaleza, a la intemperie, nos aguarda un imponente buda sedente, cincelado en mármol blanco; algo más adelante un templo. Una anciana, mostrando una amplia sonrisa, vende varillas de incienso para hacer ofrendas. Tras adquirir un paquete, le pido autorización para tomarle una fotografía. La sonrisa aún se agigante más. Un disparo, dos disparos, tres... y continuamos nuestro camino. Unos metros después vuelvo la vista atrás y veo que la sonrisa de la anciana ha desaparecido y con tono enojado le dirige unas airadas palabras a una joven, probablemente su nieta. Pienso que los vietnamitas son sabedores de que esa permanente sonrisa que nos regalan a los occidentales resulta un eficacísimo método para asegurarse unas cuantas monedas.
Conforme avanzamos vamos descubriendo increíbles altares, con imponentes figuras de Buda, talladas en las grutas de la montaña. Marisa va deteniéndose en todos ellos para depositar sus ofrendas de incienso. Una de esas figuras tiene casi diez metros de altura.Llegamos a un pasillo de piedra. Al final del mismo se adivina una enorme cueva iluminada con una fantasmagórica luz. Descendemos las escaleras que dan acceso a la gruta. A ambos lados de aquellas, majestuosas figuras policromadas, sentadas sobre tronos. En frente, el cincel del artista ha trabajado la pared conformando un imponente altar presidido por Buda. A la derecha, otro altar sobre el que se proyecta un poderoso haz de luz que se cuela por un agujero natural que se abre en el techo de la cueva. Es la única iluminación que hay en la estancia. Es como si hubiéramos penetrado en alguno de esos fantásticos lugares que Spielberg nos muestra en sus películas de Indiana Jones.Después, nos explica Elías que aún cuando esa visita tendríamos que haberla realizado a primera hora del día siguiente, ha preferido alterar el programa para que accediendo al recinto al mediodía pudiésemos gozar de él en todo su esplendor. Ciertamente, todo un detalle.
Es hora de comer. El guía nos lleva al Hotel Furama Resort, que será nuestro cuartel general durante los próximos días.
Impresionante acogida la que creemos nos dedica el personal del hotel. Nos encontramos con una alfombra roja extendida a la entrada, un pasillo formado por un buen número de muchachas vietnamitas vestidas al modo tradicional del país y un gran despliegue de reporteros, fotógrafos y cámaras de video.
Lamentablemente, no tardamos en descubrir que no somos nosotros los destinatarios de tantas atenciones; se las prodigan al Presidente de la República, que asiste a un Congreso que se está desarrollando en esas instalaciones.
No obstante, superamos el dramático desengaño al contemplar la hermosa piscina que tenemos a nuestra disposición y a cuyos pies se extienden las arenas de una paradisíaca playa reservada para nuestro goce exclusivo o más bien para el goce de José Mari, Ana y Marisa, que serán los que disfruten de unas plácidas siestas recostados en unas acogedoras hamacas de madera, provistas de un mullido colchón y protegidas de los rayos solares por amplias sombrillas.
Al anochecer decidimos salir a cenar. Preguntamos en recepción y nos recomiendan un restaurante. Un empleado del hotel se ocupa de llamar a un taxi y de darle al chófer la dirección a donde debe llevarnos. Nos deja en una amplia avenida cuyo nombre he olvidado, al igual que el del restaurante donde volveremos después repetidas veces por mor de lo satisfechos que quedamos en nuestra primera visita.
Se trata de un establecimiento amplio, colindante con otros destinados a la misma actividad; especializado en pescado, tiene unas peceras a la izquierda del pasillo de entrada en las que se exponen las diferentes especies de marisco que puede saborear el cliente. Al fondo, las mesas dan a la playa.
Lo cierto es que las veces que acudimos a este lugar somos objeto de todo tipo de atenciones. La primera noche, viendo el maitre que no somos capaces de descifrar el contenido de la carta nos propone elegir las viandas por nosotros. Y hay que reconocer que lo hace muy bien. Nos sirve rollitos vietnamitas, almejas de considerable tamaño, algo parecido a un buey de mar, calamares, langostinos y carne de cerdo.
Con la bebida también tenemos dificultades para hacernos entender. Es costumbre de los naturales del país enfriar la cerveza con cubitos de hielo; nos cuesta hacerles desistir de su propósito de depositar los trozos de hielo en nuestros vasos. Tras muchos esfuerzos conseguimos que comprendan que ese hielo lo queremos en cubiteras, lo que nos permite disfrutar de unas estupendas cervezas del país convenientemente refrigeradas.
Como anécdota curiosa señalar que al día siguiente acudimos al mismo lugar. José Marí y Ana nos han adelantado su intención de hacerse cargo de la minuta porque quieren celebrar con nosotros sus bodas de plata. Pedimos langosta y almejas. Tomando la carta, voy a la página donde aparecen los rollitos y le pido -con mi incomprensible inglés- que nos sirva los de la noche anterior. Con ostentosos movimientos afirmativos de cabeza deja constancia expresa de que me ha comprendido.
Disfrutamos de las almejas, continuamos con la langosta y seguidamente nos sirven los rollitos; todo perfecto. Cuando nos sirve el cerdo, los cuatro nos miramos confundidos. Pero la confusión se convertirán en desconcierto cuando seguidamente van poniendo sobre la mesa otros platos con bueyes de mar, langostinos y calamares. En definitiva, todo lo que tomamos la noche anterior.
Lo absurdo de la situación nos hace estallar en una carcajada colectiva, concluida la cual nos aplicamos, con renovada energía, al trabajo que tenemos sobre la mesa.
Dicen que en Vietnam abundan las ratas. Supongo que como en todos los lugares en los que el hombre se ha instalado. No obstante, he de significar que durante esta pantagruélica cena “disfrutamos” de la compañía de un roedor de considerable tamaño que merodea por el entorno en busca de restos alimenticios. En un principio, recelando de nosotros, se mantiene a una distancia prudencial de unos siete u ocho metros, distancia que se irá acortando conforme va sintiéndose más seguro. He de reconocer que me amarga un tanto la cena.
A la mañana siguiente madrugo bastante. Quiero bajar a la playa y ver si todavía puedo fotografiar el amanecer. No me he levantado lo suficientemente pronto. El sol ya ha rebasado el horizonte y sobre la arena un grupo de hombres hace ejercicios de karate. Camino un rato hasta la hora de desayunar.A las ocho partimos hacia Hoy An, pequeña ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad y destino obligado de todo turista que se precie. Durante los siglos XV y XVI fue importante centro comercial y hasta allí llegaron, además de los chinos, indios, japoneses y holandeses.
Sus casas son coloridas y las calles tranquilas, con escasa circulación. Especialmente atractivo resulta el llamado “puente japones”, pintado de un intenso color rosa, que da acceso a lo que se conoce como el barrio nipón. La ciudad también tiene su Barrio Chino.
La Vieja Casa Mercante Phung Hung es visitada por todo extranjero que llega a la ciudad. Con más de doscientos veinte años de antigüedad, su estructura de madera combina estilos arquitectónicos de Japón y de China.
Todavía ocupada por sus propietarios, estos permanecen totalmente ajenos a la curiosidad de los visitantes, a los que ignoran por completo. Únicamente les dedican unos minutos de atención cuando llega el momento de ofrecerles los productos de artesanía que venden.
Varias muchachas se desenvuelven por las diferentes estancias de la casa. Les llama la atención, al igual que a los vietnamitas en general, mi trípode y el monopie que porta José Mari. Esos aditamentos sobre los que descansan las cámaras tal vez les haga pensar que sus propietarios son auténticos profesionales de la fotografía.
Una de las jóvenes, de pelo liso y negro como el azabache, cortado a la altura de los hombros y vestida al modo oriental, no deja de observar e incluso tocar mi equipo. Le propongo hacerle unas instantáneas y accede encantada, posando para mí. Le saco varios primeros planos. En un papel anota su dirección y me la entrega con la intención de que le haga llegar una de esas fotos en papel. Todavía no he dispuesto de algo de tiempo para llevar a revelar esas tomas, pero confío en hacerlo. Seguro que le encantará verse.Paseamos por las calles de la ciudad. Bajo un puente, un anciano, acomodado en su barca, se protege del sofocante calor. Cuando nos ve, rema pausadamente, como si le costase un sobrehumano esfuerzo impulsar la nave con la pértiga, hacía nosotros buscando unas monedas. Viste unas humildes prendas de algodón rosa y nos mira con ojos serenos y melancólicos.Es mediodía. A pesar de que las hemos visto en multitud de lugares, no dejan de llamarnos la atención la hermosas vestimentas que llevan las adolescentes vietnamitas.Concluida la jornada escolar, se dirigen a sus casas dando un paseo o subidas en sus bicicletas. Para simbolizar la pureza, que es atributo propio de los niños, lucen Ao Dais totalmente blancos complementados con gorritos de vivos colores.Siguiente
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