
No hay tregua posible cuando en apenas quince días quieres recorrer el país. Hoy nos serviremos de la carretera para llegar hasta la ciudad de Can Tho, en el Delta del Mekong, a algo más de cuatro horas de viaje.
Durante el trayecto sufrimos el único contratiempo vivido en Vietnam, un contratiempo menor que vendrá a ratificar el mimo exquisito con que se trata al turista.
Cuando apenas llevamos una hora de viaje, el motor del autobús empieza a emitir un intensa humareda. Una corta parada para que el conductor eche agua en el sistema de refrigeración. Reemprendemos la marcha pero tan sólo durante unos cientos de metros. Nuevamente el humo nos advierte del desastre. Nueva parada. El chófer nos indica que se trata de una avería que no puede solucionar.
Tenemos que esperar a que nos envíen un vehículo de repuesto. En apenas treinta minutos todo se ha resulto.
Durante el tiempo de espera tenemos ocasión de ver a unas campesinas extendiendo el arroz sobre un costado de la carretera para que los benéficos rayos solares ejerzan sus efectos deshidratantes.

Debe ser esa una costumbre habitual porque los conductores no muestran signo alguno de enfado; muy por el contrario, reducen la marcha, forman caravana si es necesario y dejan que los agricultores continúen con su labor de secado.
Hacemos un alto para visitar un templo caodista. Se trata de un edificio visualmente muy llamativo, con una nave central y dos torres laterales. Es de un suave color salmón sobre el que destacan adornos en blanco y azul celeste.



Es el caodismo una religión sincrética, nacida en Vietnam a principios del siglo XX, que trata de conciliar creencias de las dos religiones monoteístas más extendidas (el cristianismo y el islamismo) con el budismo, el taoísmo, el hinduismo y el confucionismo. Su símbolo es el ojo integrado en el triángulo, propio de una ya decaída iconografía cristiana e incluso masónica.




En una mesa rectangular tenemos a nuestra disposición una variada gama de sus productos para que los probemos. También nos sirven una taza de té. Nos sentamos y disfrutamos de tan dulces viandas. Antes de partir compramos un surtido de dulces.

Las autoridades sanitarias españolas recomiendan a los turistas que visitan Vietnam el uso de tratamientos preventivos de la malaria. Aún cuando deben cumplirse las prescripciones facultativas, quiero dejar constancia de que en los quince días que ha durado el viaje no he sufrido ninguna picadura de mosquitos. Dos o tres compañeros del grupo padecieron alguna picadura ocasional. Es ese un inconveniente menor que no debe preocupar al potencial viajero.
Comemos en los jardines de una vivienda de madera centenaria, típica de la zona. A la entrada, una diminuta anciana nos regala una mirada cautivadora.

De nuevo navegamos por el manglar. La marea ha descendido, lo que provoca que el sampán encalle. El piloto nos da instrucciones para que nos situemos en la proa de la barca; la popa se eleva. Se tira al agua y en unos minutos la nave está en condiciones de reemprender la marcha. Una fina lluvia nos acompañará durante el resto del viaje.

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