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En el noreste de Vietnam, en el Golfo de Tonkin, bañada por las aguas del Mar de China, se encuentra la Bahía de Ha-Long. Un vietnamita no aceptará con agrado que denominemos así a aquellas aguas, ya que consideran que es una manifestación más de los afanes expansionistas del coloso asiático. Prefieren señalar que su país limita por el este con el Océano Pacífico.
Como cada mañana, tomamos el autobús a las ocho y emprendemos la travesía que nos llevará a la ciudad de Ha-Long. Antes, haremos escala en Dong Trieu, localidad enclavada en el corazón de un territorio rico en yacimientos carboníferos.
Tal vez no me hay expresado adecuadamente, pues más que hacer escala en Dong Trieu la hacemos en una factoría de capital privado. Se trata de un centro en el que se realizan todo tipo de actividades artesanales: pintura en seda, tallado de madera y piedra, confección y bordado...
Lo que le confiere especial singularidad a esta empresa es que todos sus trabajadores, varios cientos, son muchachos discapacitados o rescatados de un ambiente socioeconómico adverso. Expuestos a la curiosidad del turista, laboran disciplinadamente, sin levantar la vista de la mesa de trabajo, mientras que los flashes de nuestras cámaras iluminan morbosamente sus inexpresivos rostros.
Disponemos de escasos treinta minutos para examinar todos los productos que se exponen en unas inmensas naves de más de 3000 metros cuadrados. A nuestro lado, al lado de cada pareja de visitantes, una muchacha que en inglés se esfuerza en responder a todas las dudas que nos van surgiendo: tipo de material con el que está fabricado cierto artículo, precio, etc.
Ese gen consumista y oportunista que forma parte inseparable del mapa genético del “homo occidentalis”, nos lleva a escrutar con avidez todo lo que descansa sobre las estanterías o cuelga de las perchas, a la búsqueda de un artículo innecesario pero lo suficientemente económico como para que, de regreso a casa, podamos sorprender a nuestras amistades con nuestras dotes comerciales.
Me llaman la atención las fotografías que cuelgan de las paredes, en las que se muestran, como trofeos de caza, a turistas que nos precedieron en la visita, posando junto a enormes esculturas de piedra recién adquiridas y que les serán enviadas en barco a su país de procedencia.
Llegamos a Ha-Long o Along, localidad turística distante 170 kilómetros de Hanoi y próxima a la frontera china. Su bahía se extiende alrededor de unos mil quinientos kilómetros cuadrados y, según la UNESCO, forma parte del patrimonio de la humanidad.

A varios centenares de metros de la costa unos hermosos veleros de madera, denominados “juncos” aguardan a sus pasajeros.
Una de esas naves es la nuestra. La tripulación, un buen número de jóvenes de unos veinte años de edad que durante las próximas veinticuatro horas nos dispensarán un trato exquisito.
Nos aguardan con toallitas húmedas de algodón con las que aliviar el sudor y un refresco. El interior del barco es precioso y reservado en exclusiva para otro grupo de pasajeros y el nuestro; en total, no más de veinte personas.
La nao dispone de tres niveles: el de embarque, con los camarotes de la tripulación y espacios reservados a la intendencia; el inmediatamente superior, en el que se concentran los camarotes de los pasajeros, el restaurante y acogedores veladores ocupando ambos costados, y la última planta, con un solarium provisto de cómodas hamacas y el bar.



Otras figuras pétreas tienen un aspecto claramente sexual, como algunas estalagmitas de considerable tamaño que se yerguen desde el suelo en posición de poderoso pene en erección. Cuando se divisa alguna de estas rocas fálicas Yen se acerca a las mujeres para mostrárselas prudentemente, procurando que sus explicaciones no lleguen a oídos de los hombres, intento que, como acabo de demostrar, resulta fallido.


Al mediodía desembarcamos. Comemos en un restaurante de la zona y emprendemos viaje de regreso a Hanoi para tomar un vuelo con destino a la ciudad de Hue, situada a unos 650 kilómetros de la capital, en la costa central del país.

Elías es arquitecto ya jubilado aunque continúa trabajando como guía turístico. Nos cuenta que combatió durante dos años en la guerra de liberación contra la invasión norteamericana. Le gusta hablar, aunque no le resulta fácil expresarse en el castellano que aprendió en Cuba cuando era estudiante; a veces se le escapan sonidos guturales que probablemente sean propios de su lengua materna.
Tiene auténtico interés en hacernos partícipes de las bondades de su país; nos facilita todo tipo de datos económicos sobre las materias primas que producen: segundos exportadores de arroz del mundo y uno de los mayores productores de café. A propósito del arroz, nos dice que, apenas veinte años atrás, Vietnam tenía que importar el déficit de producción de este cereal para poder alimentar al conjunto de la ciudadanía. En la actualidad exportan casi cuatro millones de toneladas de esta producto agrícola que ocupa a casi el setenta por ciento de la población.
Y es que en 1986, el PCV acometió una radical reforma económica consistente en sustituir la planificación por la libertad de mercado, favoreciendo la libre empresa, la propiedad privada y la inversión extranjera. Suprimida la colectivización agrícola, el sector experimentó un desarrollo espectacular.

Entre las actividades profesionales que desarrolló en el pasado, nos cuenta que en cierta ocasión se le encomendó actuar de interprete entre funcionarios vietnamitas y tres ingenieros cubanos que tenían que construir un puente en el país del agua.
Tras descubrir el modelo económico imperante, los cubanos expresaron la opinión de que el Partido Comunista del Vietnam era revisionista. Esta manifestación provocó una respuesta airada de Elías, que acusó a las autoridades cubanas de ser sectarias y estar ancladas en el pasado, pues “como decía Ho Chi Mín, -les informó- el auténtico socialismo es aquel que garantiza la independencia y unidad del Vietnam y el alimento para todos sus habitantes”.
Bien es cierto que luego nos matizará que la carencia de servicios básicos dispensados por el Estado -sanidad, educación...- está motivada por los reducidos ingresos que tiene el Estado, ya que hay mucha economía sumergida.
Distraídos con las disertaciones de nuestro guía, padre de tres muchachas y al que, según nos relata en tono jocoso, su mujer llama “viejo”, llegamos al hotel Pilgrimage, un complejo turístico de destacable belleza, enclavado en un auténtico jardín tropical surcado de empedrados paseos, piscinas, restaurantes y demás servicios turísticos. El personal resulta encantador, especialmente una joven que se desvive en atenciones hacia nosotros y que muestra un inusitado interés por aprender expresiones en nuestra lengua.

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